01/I/2019
El día que se cruzaron andaban perdidos. Ella tenía menos problemas que aquel crespo que jalaba una vieja mochila. Una no buscaba enamorarse y el otro ya andaba preocupándose. No se gustaron a primera vista, pero conjugaron mentiras en sus verbos para recortar la levedad de los días. La repetición de los lugares conocidos, ante la nueva compañía, se recorrían como una primera vez. Algunas paredes o botes llevaban otros nombres y antiguas anécdotas. Los cines eran viejos y las comidas excedían de sal. Ella negaba la existencia del amor y yo tenia claro que la poesía no se vive. Sentenciando nuestras diferencias o justificándola argumentando que la razón de una continuidad se basa en no estar de acuerdo nunca.
Lo peor del amor cuando termina
son las habitaciones ventiladas,
el puré de reproches con sardinas,
las golondrinas muertas en la almohada.
Lo malo del después son los despojos
que escayolan el humo de los sueños,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole ni dueño.
Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a la hoguera los archivos.
Lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando al punto final de los finales
no le quedan dos puntos suspensivos…
Sabina.