
Sobrevive el orgullo por lo visto y es aceptable. Sin suponer que compartas mis dudas, desearía contarte algo que se hubiera dado de forma normal al no habernos limitado la correspondencia. Esta táctica ha sido tuya, no la estoy inventando, incluso ya ha sido copiada antes, cuando aún vivíamos cerca y te entregue ciertas ideas o notas firmadas, detallando horas en las que hubiese querido decirte algo y no lo hice. Así te las alcanzaba luego para que retrocedieras en esa lectura a aquellas horas o momentos, donde nuestro silencio nos adornaba.
Ahora o mejor dicho, desde un tiempo a causa de mi soledad, impuesta, de noches como las de ahora en las que no se que hacer, aunque tenga mucho por hacer, después de un café y no de un vino, sin sueño y sin ganas de perderme como antes, de sobreponer algún encanto para sentirme satisfecho, me pregunto si tu pasado marcó esta característica. Es decir, este impulso a evitar aún más a las personas y sobre todo, evitar ciertos placeres que antes de ti, me eran gratificantes y sencillos de alcanzar. Me discuto si me impusiste algún modelo a seguir, que ante su escasez solo atinó a llenarme los bolsillos con la presión de mis manos.
Me siento muy agotado. Antes podía esforzarme por alguien, compartir afines, preguntar o invitar. Hoy me fatiga levantarme, me he olvidado de la importancia del trabajo, leo solo lo que ando estudiando y me cuestiono alguna salida aparentemente populista para situar la ciudad en la que vivo como ejemplo para las demás. Una comedia me digo a veces, un expediente que dejare en el municipio para ridiculizar políticas actuales. Sin embargo, suelo cuestionarme si serviría de algo, si el modelo de planificación que ando maquinando, por más productivo que fuera, generaría algún cambio, hoy camino más que antes, estas calles de edificios viejos e invadidos donde veo ventanas que cuelgan ropa donde antes se ofrecían electrodomésticos o donde se apostaban a los caballos. Piso de rato en rato algún producto que venden en los pisos, por la limitada avenida, llena de ambulantes. Y a pesar de estos y otros horrores, veo también a la gente inactiva, indolente e ignorada.
Pienso por ellos también me digo, al verlos parados leyendo los titulares. Un diario repite todos los días sobre la nivelación de los sueldos de jubilación cerca a un anciano que ruega por algo de tramadol a pocos metros de un policlinico que solo sabe recetar paracetamol para cualquier dolencia. La prensa que acompaña faltas promesas ilustran noticias amarillas y populista, otra muerte o otro escándalo. No es novedoso el detalle pero peculiar la fachada, entre tantas tiras de cincuenta centavos esta un diario que habla sobre cifras y economía, la que me detengo a leer, como quien observa o intenta observar algo diminuto, como si de pronto me fastidiara la vista.
Un profesor me comenta que la paradoja del país es el doble modelo de mercado con el que se maneja, cuyo reflejo de la inestabilidad exterior para quien camina. es lejano. Su despreocupación se rige por basar su economía a través de la informalidad sin entender que dicho permiso es una promesa política, que incorrecta o no, justifica su permanencia en el poder y la falta de acciones que generen algún auto-desarrollo. Y en ello podemos ahondar más.
Aveces pienso que no se puede hacer algo en contra, que la forma de vida de algunos es hasta cierto grado una imposición para un modelo. Las personas no cambian he sabido repetirme y considerándolo retomo la comedia que ando maquinando, como tal, como un buen chiste.
Meriendo algo para luego acercarme a una biblioteca que se sitúa cerca a un teatro. A ambos sitios no va nadie, solo los que limpian o viejos funcionarios que hablan donde no deben hablar y que justifican su sueldo re-contando los viejos libros que nadie se acerca a pedir. De igual forma me es tranquilo el lugar, recuerdo haber ido de mas joven y compartir con Santiago algún poema, cuando aun eran días donde te enseñaban a dibujar o donde podrías apenarte mas por el esfuerzo de otras personas. Hoy la falta de poesía en este lugar o de aquellos ancianos con quien leía de rato en rato me hacen pensar no solo en el avance del tiempo y de lo logrado o no. Si no, en que esta bien, no me es preocupante, es el reflejo de lo que he visto antes por las calles. No espero nada tampoco aquí, vengo a leer y a hacer resúmenes nada más.
Me quedo hasta las 2.00 pm. Para ir a casa a almorzar, descansar algo, asearme y terminar yendo a la universidad donde expongo alguna idea, donde resuelvo algún examen, donde leo mientras algún profesor expone, donde me siento adelante, cerca a una ventana y solo, esperando el término de la clase, donde camino de retorno a la Av. Venezuela, bordeando varias facultades repitiendo unas lecciones de italiano que ando escuchando por el celular. Ahí tomo un colectivo que me deja por la Av. La Marina donde espero un bus que me dejara cerca a mi casa. Al llegar intento dormir y al día siguiente repito la misma rutina.
Ante estos bucles, suelo detenerme un rato y pensarte, para escaparme un rato. Porque soy consciente que cualquier afecto es solo una representación. Bajo esta idea que, quizás bordeé la locura, te planteo ante cualquier circunstancia o lugar en el que me encuentre y en la que te recuerde claro está. No es siempre, pero sin ninguna lógica o razón, espero verte a la salida de la universidad, cruzarte en alguna avenida principal o en la entrada de algún centro comercial. Estas decepciones se superan más fáciles que las reales, concluyó.
Me siento muy agotado. Antes podía esforzarme por alguien, compartir afines, preguntar o invitar. Hoy me fatiga levantarme, me he olvidado de la importancia del trabajo, leo solo lo que ando estudiando y me cuestiono alguna salida aparentemente populista para situar la ciudad en la que vivo como ejemplo para las demás. Una comedia me digo a veces, un expediente que dejare en el municipio para ridiculizar políticas actuales. Sin embargo, suelo cuestionarme si serviría de algo, si el modelo de planificación que ando maquinando, por más productivo que fuera, generaría algún cambio, hoy camino más que antes, estas calles de edificios viejos e invadidos donde veo ventanas que cuelgan ropa donde antes se ofrecían electrodomésticos o donde se apostaban a los caballos. Piso de rato en rato algún producto que venden en los pisos, por la limitada avenida, llena de ambulantes. Y a pesar de estos y otros horrores, veo también a la gente inactiva, indolente e ignorada.
Pienso por ellos también me digo, al verlos parados leyendo los titulares. Un diario repite todos los días sobre la nivelación de los sueldos de jubilación cerca a un anciano que ruega por algo de tramadol a pocos metros de un policlinico que solo sabe recetar paracetamol para cualquier dolencia. La prensa que acompaña faltas promesas ilustran noticias amarillas y populista, otra muerte o otro escándalo. No es novedoso el detalle pero peculiar la fachada, entre tantas tiras de cincuenta centavos esta un diario que habla sobre cifras y economía, la que me detengo a leer, como quien observa o intenta observar algo diminuto, como si de pronto me fastidiara la vista.
Un profesor me comenta que la paradoja del país es el doble modelo de mercado con el que se maneja, cuyo reflejo de la inestabilidad exterior para quien camina. es lejano. Su despreocupación se rige por basar su economía a través de la informalidad sin entender que dicho permiso es una promesa política, que incorrecta o no, justifica su permanencia en el poder y la falta de acciones que generen algún auto-desarrollo. Y en ello podemos ahondar más.
Aveces pienso que no se puede hacer algo en contra, que la forma de vida de algunos es hasta cierto grado una imposición para un modelo. Las personas no cambian he sabido repetirme y considerándolo retomo la comedia que ando maquinando, como tal, como un buen chiste.
Meriendo algo para luego acercarme a una biblioteca que se sitúa cerca a un teatro. A ambos sitios no va nadie, solo los que limpian o viejos funcionarios que hablan donde no deben hablar y que justifican su sueldo re-contando los viejos libros que nadie se acerca a pedir. De igual forma me es tranquilo el lugar, recuerdo haber ido de mas joven y compartir con Santiago algún poema, cuando aun eran días donde te enseñaban a dibujar o donde podrías apenarte mas por el esfuerzo de otras personas. Hoy la falta de poesía en este lugar o de aquellos ancianos con quien leía de rato en rato me hacen pensar no solo en el avance del tiempo y de lo logrado o no. Si no, en que esta bien, no me es preocupante, es el reflejo de lo que he visto antes por las calles. No espero nada tampoco aquí, vengo a leer y a hacer resúmenes nada más.
Me quedo hasta las 2.00 pm. Para ir a casa a almorzar, descansar algo, asearme y terminar yendo a la universidad donde expongo alguna idea, donde resuelvo algún examen, donde leo mientras algún profesor expone, donde me siento adelante, cerca a una ventana y solo, esperando el término de la clase, donde camino de retorno a la Av. Venezuela, bordeando varias facultades repitiendo unas lecciones de italiano que ando escuchando por el celular. Ahí tomo un colectivo que me deja por la Av. La Marina donde espero un bus que me dejara cerca a mi casa. Al llegar intento dormir y al día siguiente repito la misma rutina.
Ante estos bucles, suelo detenerme un rato y pensarte, para escaparme un rato. Porque soy consciente que cualquier afecto es solo una representación. Bajo esta idea que, quizás bordeé la locura, te planteo ante cualquier circunstancia o lugar en el que me encuentre y en la que te recuerde claro está. No es siempre, pero sin ninguna lógica o razón, espero verte a la salida de la universidad, cruzarte en alguna avenida principal o en la entrada de algún centro comercial. Estas decepciones se superan más fáciles que las reales, concluyó.
Hoy no te exclamare algún poema en tu idioma para reemplazar un buenos días, ni te mandare un relato corto que te haga suponer la figura principal. Quisiera darte, retornando al juego que inventaste, según supongo, una conversación inventada, donde figure tu recepción, solo para decirte algo.
Tan inútil y tan necesario.
9.40 p.m.
Hola?