
Habían discutido, el se fue para evitar cometer cualquier estupidez, de la cual pudiese arrepentirse luego. Ella se quedo, no fue atrás de el, a seguir la discusión, solo hasta la puerta y algunos gritos mas mientras el seguía difuminándose a lo lejos.
Se quedo sola y eso la disgusto mas, esa impotencia conllevo a que rompiera la Laptop que había dejado prendida J. antes de irse, donde estaba escuchando algo Fall Hard de Shout Out Louds y leía un poema de Cortázar el cual, después lo pondría en el Perfil de M. con alguna dedicatoria cursi, o como era su costumbre redactando la parte que mas le gustaba. Ello antes de la pelea, después de la misma, quizás le hubiera comentado alguna canción de Metálica o Motorhead. O una de Marilyn Manson hubiera sido mas propicia.
Aun con rabia y hablándose ella misma, como su madre mientras limpiaba o lavaba la ropa, se recordó a ella, inevitable. Continuo con el desastre, agarro el LCD que habían comprado en oferta conjuntamente con la Lavadora, lo hizo añicos. saltaba como Don Ramón encima de la Pantalla. Luego continuo con el televisor del cuarto y con el Vidrio de la mesa de la cocina. Arrojo por la ventana aquellas vanidades de la juventud de ahora, su Blackberry, su Ipod y su Libro de de Futbolistas, la del Mundial del 98.
Al regresar J. después de haber caminado por la playa de Chucuito, de haberse fumado unos cuantos rubios y de haberse mojado la mitad del cuerpo en la playa, no en forma de relajación, sino por un resbalón con las piedras. Encontró a M. mordiéndose las manos, desesperada y mirando por la ventana.
Ella corrió a abrazarlo, le rogó que no volviesen a pelear, que le quería mucho, que le amaba, que no concebía una vida sin el. J. accedió a su abrazo, escuchaba todo mientras miraba el desastre, la casa sucia, mas que anteriores días, ya antes de entrar había reconocido su Álbum favorito, el del 98. Supuso ciertamente, que arrojaría cosas de el y no ella, ya que para ella las cosas de el, eran también de ella; pero las cosas de ella, solo le pertenecían a ella. J. se puso a pensar lo que le había costado comprarse lo que se había roto, que ahora era como si todo aquel esfuerzo no significase nada, que la compañía y amor de M. significaba mas, que la discusión, de la cual no se sabe el inicio y el porque, no debió suscitarse.
Luego de pensar, después de un gran rato de silencio, acepto el perdón. A la semana, sabiamente J. se mudo con M. a la casa de su suegra. Para que así, si discutían rompiese algo que le haya costado a su madre.
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