domingo, 17 de noviembre de 2019

El Anciano y Los Espejos.

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Alfonso tuvo una infancia fascinada por los vitrales policromáticos que adornaban las iglesias, por lámparas de vidrio artesanales, por las formas en que podía moldearlas y fundir color a un material que había asimilado solo a las transparencias que componían sus ventanas, por donde veía las pistas, un separador de carril verdoso con palmeras, a los transeúntes, el día o la noche. Ese juego de sombras y luces que ya había familiarizado en sus aficiones. Los espejos le regalaban una estadía, una falta de ausencia. 

Con cierta edad abrió una vidriera por una vieja calle que reservaba un cierto encanto colonial. Su puerta principal era de madera que daba pase a un espacio de techo alto que llenaba de luz con unas encantadoras lágrimas que él hizo, ofreciéndolas a la vista como muestra de su habilidad. El arte de sus creaciones que concretaron la apertura del negocio obedecían también a una necesidad de subsistencia. Sus clientes no eran inmensas iglesias ni refinados aristocráticos, por lo que sus contadas lámparas o las lágrimas eran hechas muy raras veces. En cambio urgían por esos días usar algo más de masilla y una medida corta de vidrio para reemplazar alguna ventana rota reventada por algún crio con una pelota, palomilladas que acostumbraban darle de comer. 

La concepción que construyó su mujer en cuya figura asimilo alguna identidad trajo una descendencia ajena a sus aficiones, desarrollada en un contexto diferente, partícipe de otros vidrios rotos al que él, ya mayor iba a reparar.

Sin embargo su costilla tuvo entre su prole a una mujer que ha diferencia de sus prójimos eligió permanecer con su anciano creador. De este aprendería el juego peculiar y misterioso de los espejos, escondiéndose en ellos y gritando para ser encontrada por aquel fabricante de irrealidades al que llamaba padre.

Desde aquel momento solía vérsele al vidriero pasearse con aquella hija saludando a sus cercanos, cruzar las sendas y recurrir a dependientes por algo de víveres. Esa adopción que cortó su soledad lo comprometía a cuidados del mismo grado de los que tenía con sus lágrimas o lámparas. Una forma frágil del mismo material que vive y grita. 

La pausa se la regaló la edad y los cuidados necesarios su sapiencia en la materia. Sin embargo no podía inferir en los impulsos ajenos, en la desalineada y peligrosa calzada o por aquellos apresurados pasos que buscaban participar de alguna carrera para ir o venir hacia y desde cualquier parte. 

Una mañana el vidriero con la hija caminan por la avenida principal, a su derecha como flechazos se veían pasar a los automóviles por lo que atino apoyar a su prole en su brazo izquierdo. Su ruta contravenía el tráfico sintiéndose un acercamiento brutal en el avance de estas sagitas. Se aproximaron a una casa de ventanas abiertas cuya derecha abultaba en la pista un desnivel que advertía cualquier desborde. Sus pasos iban a darse en un cruce fatal con una materia que contradecía exponencialmente la velocidad de su pasaje. Al llegar este vehículo al bulto de su sendero y al estar nuestros caminantes en aquella paralela situación se escuchó en el golpe que sobresaltó el carro un grito seco, uno solo que daba a entenderse como respuesta a un golpe. Una exclamación angustiosa que regalaba dolor a quienes la escuchasen. 

La desesperación que despertó en los ocupantes de aquella casa que ofrecía sus ventanas abiertas a la luz y a los ruidos de los motores, género que corrieran hacia aquella calle que adelantaba por el escándalo que lo había precedido, un tinte rojo y espeso, y que atendida la curiosidad tendrían luego que limpiar.

Abrieron su puerta y encontraron a Augusto con su hija, quienes sorprendidos por su estrepitosa aparición los miraban fijamente.

Srta. Pandereta

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Dos años sin que la casualidad nos junte a celebrar tu nacimiento, sin que la suerte ponga tus manos en las mías hasta el amanecer en un patio frente a ojos curiosos, sin que nuevamente la música que escucharás haya sido la también mía, aquella rítmica contagiosa del hombre panderetero. 

No existe nostalgia de mi parte al dar fácilmente las cosas por perdidas. Atras estan los besos culinarios y los abrazos administrativos. Atrás esta aquel trago pendiente que nunca reclame y aquella noche cobarde.  

Feliz año nuevo. 

domingo, 3 de noviembre de 2019

Después de las fiestas

Y cuando todo el mundo se iba y nos quedábamos los dos entre vasos vacíos y ceniceros sucios, qué hermoso era saber que estabas ahí como un remanso, sola conmigo al borde de la noche, y que durabas, eras más que el tiempo, eras la que no se iba porque una misma almohada y una misma tibieza iba a llamarnos otra vez a despertar al nuevo día, juntos, riendo, despeinados.

JC

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Coincidencia o no, se cruza este poema de Cortázar y la canción de el David. 

Hay un sol que no creerías.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Un dia menos

Siento que paso los días esperando que efectivamente pasen. Por ejemplo existen momentos que ese peso que cargo echado en la cama no es más que su aceptación sin hacer algo al respecto. Como decía Benedetti siempre cuesta un poquito empezar a sentirse desgraciado.

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Defectuoso

Mi problema es el egoísmo de saberme necesitado y no ser quien busca si no el que espera ser buscado. Soy más dócil ante cualquier pregunta porque la espero con ganas. Y me pregunto ahora si valiera la pena acercarme a alguien o si las cosas resultarían distintas a las que he conocido. Hoy me pregunto por ti, por como estarás navegando en tu sitio o en el de otro. Si te has salvado o sigues esperando como yo alguna pregunta. 

Algo de suerte tengo creo, haberte borrado de mis contactos ya no me obliga a seguir tus estados, la presencia de tu actividad en donde te escribía algo que nunca enviaba. Algo que borraba inmediatamente para volver a bloquearte. Suponiendo alguna alerta telequinética que te obligará escribirme y sea ésta infantil acción, la interrupción de mis intenciones y de las tuyas. Ahora con el permiso que te he dado al no bloquearte pero sin tenerte en mi agenda, sin la revisión diaria que acostumbraba meses atrás, me pregunto si seguirás teniendo el mismo rostro pensativo o aquella frase que sustentaba tu actividad nómada. ¿Que sera de ti? 

Me ando preguntando cuál hubiese sido tu respuesta si, durante los dias que teniamos para mirarnos fijamente, hubiera aprovechado en preguntarte: ¿Si tuvieras algo que pedirme, que tuviera que hacer sin cuestionar, que sería? Tengo claro que hubiese pedido yo, en cambio, que hubiera hecho por ti, sin cuestionar lo que hubieras deseado, quizás como último anhelo de haber compartido la vida, me genera incertidumbre. Quizás porque nunca me pediste algo. Siempre fuiste alguien que quiso suponerse alguna autosuficiencia. 

Atentamente

Tus zapatos sucios. 

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