jueves, 6 de diciembre de 2018

Cervantes

Qué raro sería si hubiera una moneda, 
una moneda perdida entre esas millones de monedas, 
que fuera inolvidable. 

Borges

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Pensaba en tu moneda de Cervantes. Su valor es nimio, alcanzaría para unos caramelos quizás o como propina de colectivo. Pero es circunstancial pensar en lo que pueda hacerse con esa moneda que pensar, o mejor dicho, imaginarse su viaje hacia aquel soporte, ubicado arriba de tu lavadero, situado al otro polo de su corriente circulación. ¿Habrá sido el vuelto de algún cigarrillo? ¿Un residuo de ese anti-estresante que nos hace similares, al que te refugiaste en alguna plaza de Madrid? ¿En qué mano habrá estado antes dicho cobre? Cosa tan insignificante, ha de haber trazado una línea browniana, de Madrid, después de aquel rubio que te llevaste a los labios, hacia tu cuarto durante tu estancia en aquella maestría. Para luego acompañarte hacia Alicante a ver a alguna amiga. O durante tus paseos por Barcelona, donde solo te alcanzaba para pasear en la zona libre del Parque Guell y donde quizás, como todo era caro en esos días, no te sirviera dicha calderilla, cuyo padre del Hidalgo se acurrucaba en uno de los bolsillos que apretaban tus nalgas. Porque has de haber llevado, aun en esos días, vaqueros con bolsillos traseros. Por lo que, ya ambos sabemos, aunque mis apreciaciones no hayan superado aun tus complejos. De alicante, dentro de tu bolso de cuero, que quizás ya estaba contigo desde tiempo atrás y que conozco bien, por sus desgastados pliegues, transitaba refinado personaje, hacia las colinas de Montepagano, ciudad de puertas góticas, de paredes cuadradas, de estilo romántico, frente a un mar inmenso. Te imagino visitando a tu tía, a quien supuestamente cuidaras si todo no resulta como planeamos, sentadas ambas en alguna escalera, conversando y a la vez moviendo las manos, con esa mirada, como observando la nariz de alguien y no sus ojos, resaltando tus pómulos y encorvando los hombros, mientras mi Cervantes descansaba en el cuarto que tuviste durante un periodo cortó. Pudo haberse cedido a algún diezmo de domingo, en la Iglesia de la Anunciación. Pero dudo, por cuestiones de fe cristiana, que ambos cuestionamos, creciera en ti dicha insinuación como ofrenda. Es más, estas construcciones, te parecen, aunque me equivoque, como a mí, unas viejas esculturas, cuya historia y el tiempo las hacen más valiosas y anecdóticas, que su significancia para las corrientes actuales. Entonces retenías la moneda ante su supuesta inutilidad, o simplemente, estaba olvidada y se quedó en tus continentes, como en ciertos lugares has dejado aun, algo de ropa u otras monedas. Te imagino despertando con sonido de liras y caminando por aquella inmensa arquitectura de piedras con arrullos de acordeones, aunque convenga decir mandolines. Te pienso como a un dibujo, con tu sonrisa frente al espejo en cada mañana. Cenando alguna noche, mesa afuera, en alguna trattoria que dé a dos calles, un vino blanco frió o cualquier sabor que se te venga en mente, de esos que intentas traerlos en nuestras contadas cenas. Un sabor que te cuesta encontrar ahora. Luego quizás, entre el ajetreo y apuro, que te acostumbra al armar siempre tus maletas el mismo día que debes partir, cogiste al ingenioso personaje, entre otros ilustres dentro de algún monedero, quizás el verde que usas ahora. Quizás en uno estaría, considerando la localidad, el Hombre de Vitrubio o el Nacimiento de Venus. Algún Coliseo Romano o el que experimentaba con psicotrópicos. Dante. Por ello, mi Cervantes caía en la anécdota más que en el lucro. De regreso ya a Madrid, con el apuro de conectar al vuelo que te llevaría a este País, que no habías primado como parte del convenio de tu MBA, asignada ya a la Embajada. Un febrero quizás llegaste, con pocas cosas. Los vestidos se quedaron en aquel cuarto que compartías en España. Y quizás se quedaron también algunos anhelos, otras monedas de Carlos I o de la Catedral de Santiago de Compostela. Situada ya en esta lata de sardinas, acostumbrabas a reírte del transporte local, perdiéndote entre la falta de respeto vial, entre el “cerquita” y los tintos fríos. Tantas cosas por señalar y corregir. Ya estos cobres, conjuntamente con otros a medida que pasabas tiempo entre Barranco y Miraflores, pudieron cederse a amistades, como quien regala cosas de donde se ha estado, posiblemente este Cervantes era tu tótem, lo que podía determinarte estar en un sueño o no. Esa moneda encima de tu lavadero que vi tiempo después, mientras enjuagaba los platos que habíamos ensuciado. Cuando te pregunte ¿Sabías que el Quijote tenía una segunda parte? 

Ahora claro, todo esto es una simple suposición, pudo haber sido una simple moneda de cambio al cruzar cualquier frontera, un trámite necesario para el mercado al que ingresaras. Y aquel soporte, un espacio en donde podría haber estado cualquier otra cosa. O la pequeña con la que compartes piso, que me miro de pies a cabeza, aquella mañana que salía de tu cuarto rumbo a la puerta principal, aquella mujer que ahora ha sabido apreciarme sin tratarme. Este personaje, de la cual compartes cierta semejanza, haya dejado este valorado entre sus extravíos y hayas sido tú, quien respetuosamente se lo pidieras para terminar regalándomela.

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