Así ocurre con nuestro pasado. Es trabajo perdido el querer evocarlo, e inútiles todos los afanes de nuestra inteligencia. Ocultase fuera de sus dominios y de su alcance, en un objeto material (en la sensación que ese objeto material nos daría) que nos sospechamos.
Y del azar depende que nos encontremos con ese objeto ante de que nos llegue la muerte, o que no lo encontremos nunca.
El gato de Alicia está mirándonos,
mientras rolamos algo de tabaco,
boca abajo a veces,
de frente con suerte.
Y nos reíamos de lo gratis
que nos resultó ver un culo
en la vidrieras de aquellas galantes tiendas.
Nos gustan nuestras precariedades
y no recuerdo el punto exacto en donde
dejaron de gustarme solo tus nalgas y empezó a afligirme tu ausencia.
Además de tus penas que intento sanar
me gusta tu piel, blanca y suave.
Tus ojos, tu nariz, tu cuello, tu frente, tus manos.
Pero me gusta más lo intangible,
esa razón que te hace un misterio.
Te quiero, simulando tus criterios,
porque necesitas que te quiera.
Y dejo que me quieras, por el mismo juicio.
Deje de sentirme mediocre, contingente y mortal.
Proust
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