viernes, 19 de octubre de 2018

Diario Marica

Me va mejor la palabra escrita. 

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Tengo un defecto y es que llevo todo al ámbito racional, cuando solo tenía ganas de verte y no pensar, me pides que te cuente algo que no sea laboral y claro, se me viene justo ese capítulo de Bojack, del Caballo Alcohólico que no te gusta ver. Lo conté tan mal, que me preguntaba constantemente, que si seguía hablando, esto no iría a más. Y ahora, que me da el tiempo de plantear mejor las ideas que se me dificultan en el hablar, sucede que ese capítulo era el reflejo de dicha situación. Este jamelgo ha perdido a su mama, con quien tenía una peculiar relación, su padre aspiraba a ser escritor, sin embargo murió en un duelo ridículamente, frente a algún crítico, puesto que por la duda, antes de los 10 pasos, decidió voltear y preguntarle si realmente había leído o no su libro, tropieza, se golpea la cabeza con una roca y muere. Su Madre en la despedida, durante el sepelio, solo atina a decir, que a partir de ese momento todo iba a ser peor. Ahora él, frente de lo que supone un cuerpo, en un cajón marrón cerrado cita sus últimas palabras: ¡Te veo! 

Y yo la veo, con la mismas intenciones de ser visto, por la carencia de afecto que todos, quieran admitir o no, tenemos. Y te veo a ti, porque me escogiste en esta noche, en este jueves cobarde, porque te espere y porque llegaste tan tú, sin pretextos e impoluta. 

Llevaba unos vaqueros, como los llama ella, una camisa blanca sin mangas, su favorita. Una casaca negra y una mochila gris. Su chalina delgada y de colores. Zapatillas negras y medias oscuras. Una bisutería artificial gruesa con aros ornaba su cuello. Su tamaño en proporción a mí, es preciso, tanto que el abrazo fuerte de su llegada no generaba esfuerzos. Su pelo suelto como me encanta, ya más largo, tapaba sus orejas sin detalles. Su rostro me tenía un beso, sus ojos y esa nariz perfecta. Unos mentones robustos y un soporte con dolor de anginas. 

Paso siguiente entramos a su pieza, a aquel cuarto de niño que acostumbrábamos llenarlo de desnudos, de ropas tiradas. Durante el camino, sostenías las puertas con tu pie derecho para cederme el paso o las empujabas fuerte para que el lapso de ese retorno no me obstaculice tu guía. 

Ya ubicados, ante la demora de tu llegada, lo que impidió concretar esa demostración de afecto que habíamos planeado, porque estábamos justo para el evento que empezaba a las 20 horas en Barranco y eran ya 15 de su inicio, pero con 25 minutos de distancia. A cambio o contradiciendo el hecho, como todo. Nos acostamos un rato. Tenías que textear algo y yo quería solo besarte, viéndote las nalgas de aquel jean, que ubicaba huecos en zonas, que llamaremos ahora chacras por tu afinidad al Yoga. Terminada tu acción, notaste mis caricias o la ondulación de estas a aquella oquedad. 

Tu vergüenza me ha sido siempre graciosa. Me argumentaste que era un hecho que buscabas subsanar ya tiempo, que como otras cosas, te estresaba ir a los retails. Pero ante la necesidad, apresuraba una solución. Yo te comente que el daño no era grave, considerando que en la oficina había un compañero en peor estado. A este se le había roto la parte del pantalón que espanta los malos augurios (Acuérdate del culo de dios), es decir, el cuadril. Ante este obstáculo, que a las 10 horas no justificaba una ausencia, tomo como solución ponerle cinta de civa y cubrir esa parte que hacia sobresalir aquel textil de algodón lleno de palomino. 

Como recomendación, lo invite a pedir un aumento ya que las condiciones se prestaban a cualquier requerimiento y que por estas razones, a su inmediata aceptación. Este, no lo sé, siguiendo este consejo vino al día siguiente con el mismo pantalón, cuyo orificio de gran proporción se ocultaba ahora con un parche de la marca “Polo”. Tu recomendación fue la de engramparlo, pero esta práctica, como le dije en ese instante, solo conllevaría a apretarse los huevos. 

Igual, seguiste con el mismo jean, cambiaste de abrigo, colocándote el colorido debajo de la chaqueta negra. Añadiendo al outfit tu cartera de cuero marrón. Ese día no te permitió almorzar bien, por lo que, preocupado por tus tripas o por dilatar aún más la llegada al evento, te propuse unas hamburguesas en Heffer, unas clásicas, cuyas papas tenían un 4/10 de aprobación y cuya carne al parecer, nos terminó, por el gusto o hambre, agradables. 

Alguien nos esperaba en el evento, solo, ubicado a metros del estrado, preguntándome a qué hora llegaría y con quien. Nuestra idea era aparecer y ser los únicos gatos, pero ya había un ser triste soportándose en el local. Llegamos para cumplir y ella noto su tristeza, que yo alegue, como todo a la falta de atención que no pudimos darle a tiempo, lo despedimos con un abrazo, quisimos tomar un trago con él, pero tenía que manejar o se inventó esa excusa para dejarnos solos, ya que creía, que nuestra demora se debía a un encuentro amatorio previo, y es que cenar y llegar tarde, para los citadinos era tener sexo. Al regreso, según tú, el Karma ante mis risas y mi mal corazón, un alado se hizo de vientre, cayendo su descargo en mi cabeza y brazo. Tus risas fueron tantas por mi búsqueda de papel, que viéndonos mientras me limpiabas, diste cuenta de haber terminado más cagada que yo, toda tu chaqueta y cartera tenían más deyecciones blancas que mis contados rulos. Llámalo equilibrio o energía transcendente, pero aquel espíritu de justicia termino equivocándose o restituyéndote alguna acción pasada. Mi razón solo determina, que la posición debajo de aquel árbol no se presta para llamarlo paradero de buses. 

Esa noche fue, luego del aseo, una búsqueda mutua de piojos. Que no concretó aquella costumbre melanesiana, más que por lo contrario nos generó abrazos llenos de dudas, falsos compromisos, una noche diferente, con pensamientos que me contradijeron apreciar el encanto de tu compañía. 

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