
Previo a este día, como a los que siguieron. El onanismo, los contados besos, el precario tiempo y la atención al celular por lo que pudiéramos decir, resumían esta relación. Mientras que otros celebraban un domingo familiar, nosotros despertábamos solos en diferentes lados, con ganas o no de vernos o justificando tu ausencia del día anterior, la misma que hubiese podido librarme de colchones vacíos. Posterior a nuestra última demostración de sinceridad, me había prometido nunca mas buscarte, pero no me había negado nunca ceder a cualquiera de tus requerimientos. Tus mensajes eran esperados con ansiedad y ternura. Y como la mujer de la relación, imaginaba siempre tus comentarios oportunos, tus coyunturas, tus tiempos. Escribiste ciertamente, para vernos luego de una siesta a pesar de nuestras gripes y del frío del lugar pactado.
Esperabas en mi carro sucio a que llegase. Me gustaba verte de cerca, llegabas a mis labios sin esfuerzos, abrazarte por la nuca mientras caminábamos, besarte la frente. Caminamos por un café, unas pequeñísimas empanadas y un budín. Quizás conversamos, déjame adivinar ¿de trabajo? Debe ser, por que ya lo he olvidado. Quizás puedas ayudarme a recordar, porque siempre he sido el egoísta y tu el ángel con quien miraba aquellas luces del puerto temblar en esas aguas al costado del faro. La maga de Cortazar, quien juntaba las hojas caídas y que era feliz comiendo papas fritas.
Llegamos cerca a los lugares que intentaste dibujar, donde antes amanecíamos. Mis dudas eran las de no saber llegar a ti. Siempre era besarte y abrazarte hasta que llegara un taxi a recogerte. Siempre me hacías sentir como un jovencito. Sin embargo, el tema en cuestión se presentó, no sé si por compensación o mutuo deseo, entre caricias que llegue a darte, mientras subía por aquella cosquillosa barriga, literalmente como siempre, te abrazaba bajo la ropa.
Habrá sido tu idea, creo ahora, ir a otro lugar. Ya que, aun habiéndolo vivido, me sigue pareciendo igual o mas difícil, intentar cualquier acercamiento. Llegamos y no es mesura la falta de detalle, solo que dicho comentario osco destrozaría su gracia. Considerando tus complejos no accedí a dejar las luces prendidas, ni insistí para verte mejor, entiéndase mi corta vista. Sin embargo, pude trazar tus labios, tus ojos cerrados, tus pechos y hombros. Fue especial, considerando el periodo de espera, aunque precario considerando las expectativas. Y no culpo a nadie, intentar mezclar la razón y el deseo es un impulso, propio del necio. Yo me acostumbraba al tiempo, imaginando que pudiera repetirse, evaluar los puntos frágiles, buscar el contento para ambos. Por lo general, puedo decir que fue gracioso, al dar por hecho, un rumor del montón que, ante la carente verdad, solo me generaba molestias. Esa mañana llegamos juntos al trabajo, desalineados y felices.
Si no te hubiese amado, hubieses sabido que era hacerlo fuerte. Esa salvajada se la dejaba a las mujeres con las que pasaba un rato, compensando tu maldita ausencia. Sin embargo, decías que te quedabas con la idea. Y quizás, ante tantos meses titubeantes, hubiese justificado dicha venganza. Pero seguías colgada del pedestal en donde te tuve siempre.
Siguieron días iguales a los pasados. Y como ya no te tenia paciencia y menos te tenia a ti, insistí en descartar hasta lo poco que nos quedaba, esos besos cerca al lavadero de la cocina y esos mensajes cursis de media noche. Absoluto como a veces, no deseo ser contigo, me pedí todo o nada.
Y efectivamente, siguieron días que sumaron mas nada de nada.
“Una porteña encerrada en la jaula de su ciudad y su vida, mira nostálgicamente por entre los barrotes a las gentes que la observan con algo de simpatía, para alejarse luego. Suspira, sin saberlo, por otra índole de sus huesos: cuando era, acaso, una india libre de las pampas. Pero Dios, un día, la reconcilia con su destino: un poeta pasara por su lado ….”
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